Un tema de gran interés es el que tiene que ver con las redes, como formas recientes de organización de la lucha social por parte de las asociaciones y movimientos. Se trataría de una organización social de nuevo tipo, heterogénea y fragmentada, muy diferente del centralismo democrático de las organizaciones tradicionales. Según Ilse Scherer-Warren, las redes traen importantes cambios en la sociabilidad y en la espacialidad, creando nuevos territorios de acción colectiva, un nuevo imaginario social, una comunidad virtual. Sin embargo, si bien amplían las posibilidades de comunicación, también contienen un aspecto de exclusión, pues no todos tienen acceso a la comunicación.
Los movimientos sociales pueden construirse en torno de legados históricos o de raíces culturales. A través de sus varios niveles de manifestación (sumergidas, latentes, virtuales o estructuradas), las redes de movimientos sociales pueden así respaldarse en varias temporalidades: el pasado (la tradición, la indignación), el presente (la protesta, la solidaridad, la propuesta), y el futuro (el proyecto, la utopía). Pero más allá de la noción de tiempos sociales distintos, las redes pueden ser también portadoras de historicidad. Las feministas, por ejemplo, consiguieron criticar y avanzar en relación con una visión universalista y no histórica de los derechos humanos, para la construcción de una noción de derechos de tercera o cuarta generación que tuviese en cuenta la historicidad de las relaciones de género. Según Marques-Pereira/Raes esta noción involucra: «El reconocimiento de la historicidad y de la naturaleza contingente de las reivindicaciones y de los derechos. Esto implica también romper con la idea de que existen estándares normativos naturales, inmanentes, universales y libres de coacciones temporales y espaciales».
En el contexto del mundo contemporáneo, las nuevas tecnologías se presentan como medios eficaces para la aproximación y revisión de varias temporalidades sociales por parte de las redes políticas. Es a través de esos medios que las redes sociales informatizadas no solo consiguen una comunicación en tiempo real, lo que ya es mucho y ha sido bastante estudiado, sino que también aproximan y permiten la reflexión de temporalidades históricas distintas: la tradición, la modernidad y/o la posmodernidad.
Un ejemplo emblemático es el movimiento neozapatista de Chiapas, que consiguió rescatar valores culturales milenarios asociándolos a nuevos idearios posmodernos y difundiéndolos en tiempo real. Se crea así, por primera vez en la historia de la humanidad, un potencial para una dialéctica entre culturas con raíces históricas diversificadas y, quizás, un laboratorio para la construcción de relaciones interculturales de reconocimiento, respeto, solidaridad entre lo tradicional y lo moderno, tal como fue observado por Gadea en relación con Chiapas:
"En cuanto la fuerza de la escenificación es parte implícita del accionar de los sujetos, la utilización de las redes de comunicación electrónicas, por ejemplo internet, tiende a ser condición prácticamente indispensable para la formación, consolidación y el posterior desarrollo y accionar de los actores individuales y colectivos. Así, se acostumbra a hablar de «guerras virtuales» y de corrientes de solidaridad virtuales, de cierta forma, como especies de «laboratorios» de acciones colectivas".
Las redes sociales primarias, interindividuales o colectivas se caracterizan por ser presenciales, en espacios contiguos, creando territorios en el sentido tradicional del término, es decir, geográficamente delimitados. En
este sentido las redes virtuales, resultantes del ciberactivismo, son intencionales; transcienden las fronteras espaciales de las redes presenciales, creando, por lo tanto, territorios virtuales cuyas configuraciones se definen por las adhesiones a una causa o por afinidades políticas, culturales o ideológicas. Además, pueden intentar tener impacto en las redes presenciales, y viceversa, en una constante dialéctica entre lo local y lo más global, entre lo presencial y lo virtual, entre el activismo de lo cotidiano y el ciberactivismo, tratando de ayudar a la formación de movimientos ciudadanos planetarizados. Hay, por lo tanto, una deslocalización de las fronteras tradicionales comunitarias, locales, hacia el plano global, así como también se abre la posibilidad de que los actores globales revisiten constantemente los planos locales, en la construcción de movimientos globalizados en torno de impactos y visiones alternativas, según lo expresó enfáticamente Abdel-Moneim.
Las nuevas tecnologías han potenciado las redes como un fenómeno de movimiento social transformando también las dinámicas simbólicas de la sociedad, promoviendo el desarrollo de las diferentes formas culturales y sus evoluciones y además dando nuevos usos a los sistemas icónicos existentes, es así como la información se convierte en un valor como un elemento maleable que ahora se genera, circula y transforma en las redes, y además en un elemento que encontró un catalizador no siempre positivo en las redes sociales.
Las redes de movimientos sociales pueden analizarse a partir de dos tipos de relaciones principales. Primero, a través de los vínculos directos establecidos entre actores en sus cotidianos, en el ámbito de sus comunidades, en el espacio más restringido de las organizaciones colectivas específicas. En este caso se trata de redes sociales personalizadas. Tal como lo señalan Loiola/Moura, en esa situación «la red se constituye por medio de interacciones que tocan a la comunicación, al intercambio y a la ayuda mutua y emerge a partir de intereses compartidos y de situaciones experimentadas en agrupaciones locales –el vecindario, la familia, el parentesco, el lugar de trabajo, la vida profesional, etc.». Segundo, a través de articulaciones políticas entre actores y organizaciones, en espacios definidos por la conflictividad de la acción colectiva, pudiendo, pues, trascender los espacios de emergencia de la acción, donde ellos se construyen en torno de identidades de carácter ideológico o de identificaciones políticas o culturales. Esa propuesta de articulación en redes de movimientos presupone que las interacciones sociales tenderán a ser relaciones más horizontales, prácticas políticas poco formalizadas o institucionalizadas entre organizaciones de la sociedad civil, grupos identitarios y ciudadanos movilizados, comprometidos con conflictos o solidaridades, con proyectos políticos o culturales comunes, construidos sobre la base de identidades y valores colectivos.
Las redes presentan también una dimensión cognitiva que merece ser investigada, especialmente cuando se busca entender el sentido de las transformaciones sociales encaminadas por las redes de movimientos sociales. Los movimientos contemporáneos vienen construyendo nuevas narrativas para la comprensión de la complejidad en la sociedad globalizada y de la información. En esta nueva situación sistémica pueden destacarse cuatro:
1. Desfundamentalización: confrontándose con la noción de las «grandes narrativas» del marxismo, que contenía la idea de existencia de un sentido subyacente a la historia según el cual hay un rumbo previsto para las luchas de transformación social, la narrativa de las redes concibe los movimientos como colectivos múltiples, construidos en torno de proyectos alternativos (feminismo, ecologismo, movimientos étnicos, de derechos humanos, entre otros). Éstos pueden servir de puentes de comunicación y de difusión de nuevos códigos culturales desarrollados por esas redes para otras redes de la sociedad, oponiéndose a los códigos de las redes dominantes, ya sean nacionales, territoriales y/o de comunidades étnicas o religiosas fundamentalistas. Estas redes comunicacionales y simbólicas contribuyen a la construcción de otras de solidaridad basadas en las intersubjetividades que podrían crearse en la interfaz de las redes de múltiples especificidades.
2. Descentramiento: las «grandes narrativas» privilegiaban un sujeto de la transformación social (especialmente la clase). Las nuevas narrativas de las redes de movimientos sociales han buscado en el pensamiento deconstructivista de la posmodernidad elementos cognitivos que conciben al sujeto a partir de sus múltiples identidades, y la transformación como resultado de la articulación discursiva y de la práctica de variados actores colectivos (v. Mouffe). Así se observa en los foros sociales mundiales y en las grandes marchas nacionales y mundiales o, de forma semiinstitucionalizada, en la Inter-Redes, creada en 2002 a partir de una convocatoria de la Asociación Brasileña de ONGs (Abong), y que se constituyó en una red de redes y de foros de ONGs y movimientos sociales, abordando el fortalecimiento de la esfera pública, la promoción de derechos y la propuesta de políticas.
3. De los esencialismos rumbo al interculturalismo: si las «grandes narrativas» fortalecían la noción de esencialismos colectivistas (dicotomización de las clases), las pequeñas narrativas de los nuevos movimientos sociales de las décadas de los 70 a los 90 contribuyeron muchas veces a un esencialismo de las diferencias (como en algunos abordajes del feminismo y ecologismo radicales).
La cuestión que se les ha presentado a los actores de las redes de movimientos sociales en la contemporaneidad es cómo trascender las fragmentaciones de los nuevos movimientos sociales sin caer en las tentaciones de nuevos unitarismos totalitarios. Según B. Santos, necesitamos una teoría de la traducción que vuelva las diferentes luchas mutuamente inteligibles y permita a los actores colectivos «conversar» sobre las opresiones que resisten y las aspiraciones que los animan. No se trata, por lo tanto, de anular las diferencias, sino de, a través de la dialéctica, realizar el reconocimiento del otro, elevándolo de la condición de objeto a la de sujeto y construyendo la solidaridad, toda vez que ésta solo existe a partir de las diferencias.
4. De la separación entre teoría y práctica al compromiso dialógico en la red: en este ámbito es necesario examinar cómo, a través de prácticas emancipatorias en redes, se ha trabajado o no la relación entre conocimiento-reconocimiento praxis política. Se trata también de repensar las interacciones y articulaciones necesarias entre academia (locusprivilegiado de la producción intelectual), ONGs (agentes relevantes de la mediación entre pensar y actuar) y militancia de base (sujetos del activismo y de la participación ciudadana), los cuales deberían participar de un proceso dialógico de construcción cognitiva en la red.
Por último, las redes que contemplan la crítica intelectual, el trabajo de traducción y de mediación con la praxis movimientista, precisan (y así lo vienen haciendo con frecuencia) crear mecanismos de interlocución e intercambio de experiencias y de autorreflexión, desde las iniciativas locales a las más globales y recíprocamente. En las palabras de B. Santos, «la creación de redes translocales entre alternativas locales es una forma de globalización contrahegemónica –la nueva fase del cosmopolitismo». Será justamente así que la dimensión del pensamiento crítico, o sea, la dimensión cognitiva de las redes, podrá cruzarse con la praxis y contribuir al desarrollo de una solidaridad de lo local a lo planetario y viceversa, y a la creación de las respectivas estrategias emancipatorias.
Véase, Ilse Scherer-Warren, "Redes sociales y de movimientos en la sociedad de la información", en http://www.nuso.org/upload/articulos/3250_1.pdf
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